El silencio que escucha la palabra

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Textos de Elda Pérez Moneo

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De retiro en Penyagolosa

De retiro en Penya Golosa

6/8/07


      El aire huele a una mezcla de humedad de tormenta y resina caliente.

      Como no conozco bien el clima de la zona no sé cuando será prudente salir corriendo hacia el refugio.

      Tengo la sensación de que la tormenta nos está rodeando, (nos: a mi, a los pinos, a los enebros, a las ardillas, a las chicharras, al espino blanco...). Creo que la primera gota es la señal de la prudencia y debo irme al refugio.

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      Ha sido una tarde preciosa. Ha llovido, no con la furia que la tormenta prometía, aunque sí con truenos y relámpagos, pero que sólo eran de adorno. El agua ha sido mansa he indecisa, suficiente para limpiar todo lo que tocaba y para dejar un atardecer brillante y luminoso.

      Penyagolosa me espera en su altura.

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      Hay una curiosa asociación entre pinos y enebros o entre enebros y pinos, no sé muy bien; el caso es que junto a muchos enormes pinos suele haber un enebro cónico, tierno, verde y brillante. También he visto mucho muérdago que hacía tiempo no veía. Debo conocer algo más sobre el muérdago, que aparte de ser un parásito, parece tener propiedades curativas y mágicas...

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      Tengo la sensación de estar en el fin del mundo, el viaje ha sido bonito, pero los puertos se hacen largos, sobre todo porque tengo un coche mayorcico, pero que se porta como un jabato.

      Hoy he estado recordando las dos veces anteriores que estuve en esta tierra.

      La segunda me gustó porque venir hasta aquí caminando desde Castellón es una bonita aventura, pero nada comparable con la primera vez, quizá por lo deseada. Era otoño. Desde la autovía se veía el macizo de Penyagolosa...bueno, mejor sería decir que no se veía, porque estaba cubierto por un manto de nubes y un velo de agua, pero cuando mis amigos y yo llegamos, las nubes habían desaparecido, dejando pinos, enebros, sabinas y servales, limpios y brillantes. El cielo, intensamente azul, arrancaba destellos brillantes a las agujas de los pinos...y, lo más espectacular, la cantidad y variedad de setas de todos los tamaños y colores que brillaban bajo un sol radiante...

 

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7/8/07

      Esta mañana me ha despertado violentamente, el canto de los pájaros, mil cantos de pájaros.

      Después de un ligero desayuno me he ido a buscar una ruta para ir a correr por la tarde. Me he internado por una vaguada que prometía una senda tapizada de pinocha con dosel de pinos, hasta que se ha convertido en una rambla tan agreste e incómoda, como salvaje y preciosa. Ha sido una visita guiada... guiada por la propia rambla, ya que cada vez que empezaba a pensar en volverme, porque no era buen sitio para correr, me tentaba con alguna lindeza: algún lejano, pero sonoro soniquete de agua, promesa de fresas, algún tejo, pinos enormes con formas imposibles, lejanos pájaros carpinteros...pero sobre todo, la propia senda, entretenida e incómoda como son las sendas de las ramblas, pero tranquila, solitaria y silenciosa...un silencio sólo roto por los miles de bichillos que se movían en ambas laderas y, en la zona donde habitaba el riachuelo, por su cantinela de agua corriente. Así, hasta dos horas de rambla.

      Intento decidir qué es lo que más me ha llamado la atención, pero no es fácil. Bueno, sí, lo que más me ha llamado la atención ha sido el agua, ya que no esperaba encontrar un riachuelo tan claro y cantarín, pero lo que me ha emocionado hasta la lágrima ha sido un viejo tejo que bebía de sus aguas. Robusto, sereno, recio, con su tronco horadado como refugio de hadas, duendes o gnomos... o de ratolís y pajarillos. Sus pies extendidos hasta que el río se los lamía y las ramas extendidas hacia la senda, como invitando al viajero a acercarse y reposar en su tronco. He acariciado sus ramas y una intensa corriente ha ascendido por mi espalda.

      La promesa de fresas se ha convertido en promesa cumplida. Desde que he entrado en la vaguada he empezado a ver plantas de fresas, pero sin rastro de ellas, pensaba que había llegado tarde y ya los animalillos del bosque habían dado cuenta de ellas. Pero casi al final de la senda (mi final) había una ladera tapizada de plantas de fresas y aún quedaba media docena, minúsculas, como medio meñique, pero rojas y preciosas...y deliciosas. Es la única forma de conocer el auténtico sabor a fresa: comiéndolas recién cogidas del bosque y recién lavadas por la lluvia, cuando las aprietas entre la lengua y el paladar es como una explosión de aroma y sabor ácido y dulce...sin palabras.

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      Acabo de comer medio bocadillo de pan de ayer, con tomate natural rayado y aceite y un huevo duro partido dentro, que me ha sabido a manjar de dioses, en este comedor con suelo de pinocha y techo de agujas de pino. Me voy a pensar la siesta. Me voy a sentir la siesta...

 

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8/8/07

      ...Hoy he subido dos veces a Penyagolosa, pero una de ellas no lo he sabido hasta que he subido la segunda vez.

      Para no gustarme mucho la niebla he disfrutado de ella como una enana y eso ha sido lo que ha impedido que la primera vez que he estado a veinte metros de la cumbre, lo supiera. Pero mejor será empezar por el principio, ya que el principio ha sido precioso (todo ha sido precioso).

      La senda arranca de una vaguada húmeda y verde con tejos, manzanos silvestres, enebros y pinos de todos los tipos y tamaños. Pinos, incluso, de los que sólo queda el tronco para soportar la hiedra que lo ha colonizado sin piedad.

      El riachuelo, pequeño y humilde, pero fresco, claro y cantarín alberga cantidad de renacuajos. Hoy no he comido fresas.

      La niebla me ha acompañado desde que he salido. Era espesa y mojaba tal que si fuera lluvia, cuando no era la propia lluvia la que mojaba...pero ya que estaba en el camino no me iba a volver atrás, ¿o sí? Cada vez que sacaba la chaqueta porque la lluvia arreciaba, ésta paraba, tan inconstante e indecisa era (la lluvia, no yo).

      Casi sin sentir he llegado a la caseta de los pastores; hasta aquí no había problema con la niebla porque la senda está clara, pero a partir de aquí se divide en miles de ramales y atajos que, aunque confluyen, pueden despistar de la senda original y, sin puntos de referencia en la distancia, era fácil no saber dónde se encontraba uno. Aún así he seguido caminando sin perder las marcas de subida, pero cuando miraba hacia atrás, el mundo había desaparecido tras un manto gris cada vez más cerrado y oscuro. La decisión ha sido tomada cuando las marcas se dividían a derecha e izquierda en una franja rocosa: sin senda, sin referencias de lo que quedaba hasta la cumbre y pensando que las montañas se suben para disfrutarlas, he decidido retroceder hasta la caseta y, puesto que era temprano, esperar a que la niebla levantara.

      Esto ha ocurrido como media hora más tarde de llegar a la caseta y unos cinco minutos después de que dos chicas con un niño pasarán por delante de mí, camino de la cumbre. “Qué suerte han tenido”, he pensado mientras aprovechaba el claro para empezar a subir de nuevo. Pero ha sido una ilusión. Ni dos minutos ha durado el claro y ya oía delante de mí a las chicas preguntar por dónde debían seguir, cuando la niebla nos ha cubierto de nuevo.

      Sin embargo la compañía ha sido providencial: para ellos porque no sabían seguir la senda; para mí, porque justo al llegar al punto desde el que me había vuelto antes, al no saber qué camino tomar ni cuánto faltaba, he visto entre la niebla la silueta de una caseta; le he preguntado a una de las chicas, que había estado hacía poco en la cumbre, si recordaba que hubiera una caseta cerca y me ha dicho que sí, que esa era la dirección, ¡estábamos a cincuenta metros de la cumbre!

      Pero la cumbre no nos ha dejado ver nada, bueno, no la cumbre, la niebla.

      Les he esperado para descender, porque no se entendían muy bien con la senda y con la niebla (y yo ya tenía experiencia en ellas), pero me he quedado en la caseta con la intención de esperar otro claro y volver a subir para ver la, seguro preciosa, vista, pero he descubierto que mis zapatillas no aguantarían otra subida más y la bajada, y he decidido dejarlo para otro día.

      He bajado despacio, recreándome en la senda, ya no llovía, la niebla estaba más alta y la temperatura era perfecta.

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      Esta tarde, en el paseo de antes de la cena, la he visto; estaba despejada y clara; me miraba y sonreía, me sigue esperando y yo sé que volveré mañana o pasado, no puedo irme sin verle la cara de cerca.

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      La noche es espectacular. La única luz exterior del refugio no puede competir con las miles de estrellas que se ven en el cielo sobre un fondo absolutamente negro. Son tantas y tan brillantes, de tantos tamaños e intensidades que se puede percibir su profundidad. Y la Vía Láctea atravesándolo de parte a parte...

 

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9/8/07

      Hoy era el día de descanso. Por eso y porque hacía fresco esta mañana, después de desayunar me he ido al coche a leer.

      Pero después de un buen rato, la mañana ha empezado a mejorar y yo ya no he podido estar más tiempo sentada, así que me he ido a dar un paseo... corto... aún así he cogido la mochila con algo de picar, agua y la chaqueta. ¿A dónde ir? 

      He decidido volver a recorrer la senda que el primer día creí que era la que llevaba a la ladera de Penyagolosa. He llegado al mismo sitio que la primera vez, pero a pesar de la niebla, la temperatura era buena y la senda preciosa, por eso he seguido un poco más... y un poco más. La senda es muy parecida a las que conozco, rocosa y con vegetación ruda, no como la vegetación de la subida “oficial”, más tierna y frágil. Caminaba por la vertiente este de una profunda vaguada; en algún momento he oído voces y pensaba que era gente del lugar, pues había cruzado por una valla un poco antes.

      Pero no, eran forestales que estaban adecentando una fuente, el rincón es precioso. Les he preguntado a dónde llevaba esa senda, si es que lo hacía a alguna parte, y me han dicho que, allí: aquella era la Fuente de la Cambreta, pero uno de ellos, más dispuesto que los demás y más amable, me ha indicado que subiendo por una senda poco marcada, salía de la vaguada y muy cerca, estaba la pista que lleva a la falda de Penyagolosa. Y así ha sido como mi “corto paseo” ha acabado otra vez en la cumbre, intentando disfrutar de unas vistas que aún no conozco ¡después de tres subidas!

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      Pero ha valido la pena. En un recodo de la senda, entre la caseta de los pastores y la cumbre, me he encontrado cara a cara con un... todavía no he encontrado a nadie que me sepa decir qué clase de cabras silvestres hay por estas tierras, incluso se extrañan cuando les cuento que las he visto; supongo que son cabras montesas.

      El caso es que estábamos como a treinta metros la una de la otra y ninguna de las dos nos movíamos, las dos nos mirábamos con curiosidad. Yo he tomado la iniciativa y he dado dos pasos muy despacio para verla mejor sin asustarla y esos dos pasos me han servido para salir del recodo y ver que no estaba sola: tres ejemplares más pequeños y otros dos adultos se movían a su lado y me miraban de reojo. Se han movido un poco en dirección contraria a donde yo estaba, pero muy despacio y sin miedo aparente, aunque el último, uno de los adultos, me miraba con disimulo. He seguido caminando cuando la niebla las ha ocultado de mi vista, pero al menos he conseguido separarme de ellas sin que se asustaran ni salieran corriendo.

      He llegado a la cumbre decidida a esperar allí hasta que aclarase un poco, pero la temperatura ya no era tan agradable como en el valle. El viento del mar ayudaba a subir, por las verticales paredes de Penyagolosa, a una niebla fría, espesa y húmeda que se metía sin piedad en los huesos. Aún así, me he puesto toda la ropa que tenía y me he cobijado al abrigo del vértice geodésico... a esperar... Pero después de veinte minutos de espera, mis huesos ya no podían más; el pelo me chorreaba y los dientes empezaban a cantar por su cuenta. He decidido bajar.

      He vuelto por el mismo camino y cuando estaba llegando a la masía donde tenía que abandonar el camino, ha salido tímidamente el sol, me he vuelto hacia la montaña y allí estaba la cumbre, recortándose sobre un fondo azul... ¡no puede ser! He sentido la tentación de volver sobre mis pasos, pero el camino recorrido y algunas nubes que se abrazaban desde todos los puntos cardinales me han disuadido...Otra vez será...

 

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10/8/07

      ...Y otra vez es hoy.

      Pero hoy sí, decidida a que sea el día de descanso. Es media mañana y he venido a escribir y leer a este banco amigo que se encuentra a unos doscientos metros del refugio, solitario y libre del bullicio de los visitantes.

      Si hubiera amanecido un día raso, sin nubes hubiera dudado del descanso (aunque mis piernas creo que no dudan), pero el día se ha despertado entre sol y sombra, con una temperatura agradable, pero con algunas nubes alrededor de la cumbre y muy viajeras que me reafirman en mi día de descanso. Pero tengo un plan... En los tres últimos días he observado que suele despejar por la tarde (cuando no hay tormenta), así que me he dado de descanso hasta las seis de la tarde y la condición de que esté absolutamente raso: si, y sólo si, esto ocurre me pondré la ropa de correr y sin mochila me iré a la cumbre. Ya conozco suficientemente todos los caminos que van y vienen como para arriesgarme a que se haga de noche, pero no es fácil que esto pase porque, en el peor de los casos, puedo bajar corriendo por la pista forestal. Pero eso tiene que venir, de momento voy a leer un rato...

 

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11/8/07

      ...Y vino... pero esa es otra historia.

      Cualquier persona normal, mirando el intenso azul del cielo, sin una sola nube, diría que hoy era el día perfecto para subir a Penyagolosa y disfrutar de las maravillosas vistas. Sin embargo, gracias a que yo decidí subir ayer por última vez (en este viaje), hoy estoy donde estoy. De hecho, hoy era el día de regreso, pero unos chicos que encontré en la cumbre (junto a las vistas ¡por fin!) me hablaron de este sitio y decidí que no podía irme sin verlo.

      Y aquí estoy, escribiendo sentada en una roca en medio el río Carbo, frente a una poza que se presta a un buen baño y detrás de mí, la cascada que da a luz este precioso río. Francamente, ha valido la pena.

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      En este momento estoy descubriendo el porqué de algo que me ha llamado la atención desde que llegué aquí. Desde que me instalé, se adueño de mí una dulce modorra, una especie de sueño...sí, el primer día pensé que era sueño porque me había levantado muy temprano, pero luego ya no tenía sentido el sueño, porque, por suerte para mí, no extraño las camas y, no siendo ésta la de un palacio, como yo tampoco soy una princesa capaz de sentir un guisante bajo diez colchones...¡vaya! que duermo bien, ayudada además por el hecho de que a las doce cortan la luz, por lo que tampoco puedo recrearme en el libro que me ha tenido atrapada estos día (La Catedral del Mar), así que a las doce, a la cama y madrugar, lo justo para no perder el día. No, definitivamente no es sueño.

      Ahora, acunada por la música del agua, frente a estos dos pececillos que me miran desde la orilla, sé que es la paz que me transmite la naturaleza y que me transporta a un estado de relajación que no soy capaz de alcanzar por otros medios. Es la energía que me transmiten las rocas, los árboles, las plantas, las flores, los pájaros...es la energía de la tierra de la que los hombres nos aislamos mediante estructuras de hormigón y aire acondicionado.

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       “¡Ché! quin día més roín”. No pude evitar reírme y él se volvió hacia mí entre sorprendido e intrigado, pero serio. Y es que no fue la mía una forma elegante de iniciar una conversación, lo reconozco. Así que me vi obligada a pedirle disculpas y ofrecerle una explicación.

      Yo estaba sentada en un picacho de la cumbre, con la vista clavada en el abismo que se abría a mis pies y embobada con el inmenso valle que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Sí, es cierto que en días claros la vista alcanza hasta el mar y seguro que el chico que había dirigido esa expresión a su amigo, lo había visto más de una vez; por eso a él le parecía “roín” el día porque había algo de bruma, pero a mí, que llevaba cuatro ascensiones en  tres días sin haber podido ver más allá de dos palmos de mis narices, el día me parecía espléndido; por eso me hizo gracia su expresión y así se lo expliqué. Ellos fueron los que me indicaron este maravilloso lugar desde el que ahora escribo.

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      Menos mal que he venido temprano y he podido recorrer a mis anchas los mil senderos que te acercan al río. Cuando he llegado, había unos chicos almorzando en la cascada principal y no he querido acercarme demasiado para no romper su intimidad ni invadir su espacio. He descubierto, mientras tanto varios rincones, entre ellos en el que estoy escribiendo ahora.

      Los chicos que estaban almorzando se han ido enseguida y en cuanto he podido me he acercado a la cascada. He tenido quince o veinte minutos para disfrutar del silencio y la soledad, porque en eso, he oído venir alguien por la senda. Pero, no puede ser...tanta gente junta no suele ir al monte...ellos eran...no he podido contarlos, pero, como mínimo ¡quince! y, ¡horror!, más de la mitad eran niños. Ellos no han tenido piedad con mi intimidad, ni con mi espacio, ni con el silencio, ni con la cascada. De los más de quince, dos me han dicho “buenos días”, para los demás creo que era una roca más del paisaje... sobre todo para los niños.

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      Realmente el paseo ha valido la pena.

      He descubierto que a los peces les encantan los cereales, pues he compartido con ellos mi comida.

      Ahora hay alguna nube, pero no me importa, no me importaría que se nublara para protegerme del sol en la larguísima subida que me separa del refugio. El paseo ha valido la pena, pero ha sido más de una hora de bajada muy pronunciada y zig-zags concienzudos que ahora hay que subir y el calor será más fuerte a medida que me separe del río.  

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      ¿No decías que no te importaban las nubes? Pues ahí las tienes, acompañadas además de su correspondiente dosis de agua. Unos goterones grandes y frescos que me han acompañado más de la mitad del camino. Menos mal, porque así la subida ha sido más llevadera y amena.

      Con todo, cuando he llegado al refugio se me ha ocurrido pensar que las fuentes del Carbo están muy mal puestas, porque entonces, aquí arriba, sí que me hubiera dado un buen baño.

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      Estas son las últimas horas que paso en San Juan de Penyagolosa.

      La tarde me despide con una agradable temperatura.

      El sol me despide cubierto a intervalos por nubes de distintos tonos de gris, rosa y blanco.

      El refugio me despide con música de Serrat y de Sabina.


 

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A la memoria del almendro, o de todos los árboles que en
la Tierra han sido

Por eso hoy, aunque el fuerte viento traía recuerdos de nieve norteña, he decidido dedicarle mi cariño y mi tiempo. Primero había que devolverlo a la tierra que lo sostuvo durante tantos años, pues en su caída había invadido el olivar vecino. Aunque intuyo que ni sus ramas, ni sus raíces, ni su sabia savia entienden, ni les importan, las lindes humanas. Armada de paciencia, de tiempo y de sierra, he comenzado a desmembrar sus ramas. Algunas ya estaban secas, pero otras apuntaban a un futuro cercano con sus flores incipientes y sus vigorosas yemas.


La ruta de los arroyos

Hay días en los hay vale la pena hacerle caso al instinto. Bueno, siempre vale la pena y muchas veces, la alegría, pero algunos días especialmente. Hoy ha sido uno de esos días.
Cuando me he despertado el instinto me ha dicho que me levantara sin pereza, que, aunque no había nevado como estaba previsto, el monte me esperaba. Pero la cabeza, cómodamente recostada en la cálida almohada, ha dicho: “Pero instinto, tú estás mal de la cabeza, ¿es que no escuchas el viento cómo sopla por entre los tejados?Seguid leyendo | Álbum en picasa


Milagros de cada día

Mis queridos amigos: acabo de darme cuenta de que me he saltado un año entero (largo) sin escribir una línea por estos lares. Imperdonable. Bueno, sí, voy a perdonarme porque así es más fácil perdonar a los demás, si fuera necesario.
El caso es que cuando Aurora me lea escribir (ya que no me “oye decir”) que “acabo de darme cuenta”, me dará un cachete virtual porque lleva todo el verano recordándomelo, pero he de deciros que tengo una buena excusa: he estado varias estaciones en plácido letargo...Seguid leyendo


El árbol que quiso encontrarse con su sombra

Cómo comunicar malas noticias: 1ª lección
Con la inestimable colaboración de Keny

Sí, hoy tengo que comunicar una mala noticia a tres seres muy queridos para mí y he venido al único lugar en el que puedo hallar la mejor forma de hacerlo. Hoy he venido al quinto cono, porque es aquí donde ha ocurrido el fatal* hecho y he venido a pedirle al árbol que me cuente su historia...Seguid leyendo


Un sencillo paseo

Un sencillo paseo

Esta tarde he pensado salir a dar un paseo por las sierras. Nada serio, simplemente quería comprobar el estado de la jara, respirar un poco de aire de altura y tomar unas fotografías a la luz del cálido atardecer. No llevaba ninguna ruta definida; de momento, lo primero y como siempre, perderme por los caminos de la Ganadera hasta llegar a las cercanías del chopo centenario.

Después de dejar el coche aparcado en la explanada de Valdehierro, pensé seguir el arroyo que da nombre a la zona, hasta encontrarme con la senda que lleva a la cueva de Castrola,...Seguid leyendo


Peñalara y el esparto levantino


Recuerdo que un día, con mis mejores deseos para mis amigos, y entre otras cosas, escribí esto: O que cese la brisa para que, en la silenciosa quietud del monte, la Tierra les hable desde las largas fibras del esparto. Este era uno de mis buenos deseos y tiene una explicación que deseo compartir con quienes tengáis a bien visitar este espacio...Seguid leyendo

Peñalara y el esparto levantino

Día gris

Hoy ha amanecido un día gris

Pero nadie que me aprecie se inquiete. Que el día amanezca gris a las puertas del invierno, es lo mejor que puede pasarle al día.
He decidido salir a sumergirme en el color del día. He salido sin rumbo fijo ni objetivo claro y el camino ha ido guiando mis pasos; ardua tarea, pues la niebla impedía al camino guiar mis pasos más allá de unos pocos metros...

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UNA HISTORIA DE AMISTAD

¿Qué hacer ante un perro callejero?
Yo antes tenía una respuesta clara: buscarle un hogar. Pero a partir de esta historia tengo mis dudas.
Yo vivía en el campo y vivían conmigo dos perras, una de ellas, de padres desconocidos y rescatada de la calle; la otra, de padres y “amos” conocidos, pero rescatada también de una familia numerosa y de una enorme cantidad de pulgas...
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Una historia de amistad

Renacimiento


Para mi madre

Había venido a este lugar decenas de veces, solo, en compañía, desde el este, desde el oeste, con el almuerzo en la mochila, con las manos en los bolsillos, caminando, haciendo footing… y siempre le había intrigado, durante unos escasos segundos, el cartel que, sobre madera, anuncia la proximidad de un refugio donde guarecerse en caso de lluvia...
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… y los perros, los caballos, los delfines… y hasta los grillos si me dejan dormir por la noche. Por eso, porque me gustan los toros, el 28 de julio será día de fiesta en mi calendario particular.

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El abrazo

El abrazo

¿Qué te ocurre?, ¿por qué esas lágrimas? – dijo el hombre que sonreía y que ofrecía al amigo sus brazos libres.

Lloro porque no puedo darte, ni recibir de ti, lo único que desearía en este momento: un estrecho y fraternal abrazo – dijo el hombre que andaba cabizbajo y triste y que tenía sus brazos ocupados con todas sus posesiones...Seguir leyendo


Desde El Centro

¿Desde el centro de dónde?

¿Desde el centro de cuándo?

¿Desde el centro de quién?

Demasiadas preguntas para un solo punto del tiempo o del espacio, pues hoy os escribo desde “El Centro”. ...
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Cuando lloran las viñas

Cuando lloran las viñas

Mientras la niña de los hoyuelos buscaba con la mirada en alto el origen de aquellas gotitas brillantes, traslúcidas, una de esas lágrimas cayó sobre mi mejilla. No, no era rocío. El resto del sarmiento estaba seco y sólo por su extremo, o por heridas antiguas, segregaba aquel líquido transparente. Resbaló por mi piel hasta la comisura de mis labios y no resistí la tentación de saborearlo. Aparentemente insípido, dejó, sin embargo, un recuerdo dulce en los resquicios de mi boca y una huella melosa en la superficie de mi piel...Seguir leyendo


Hoy he venido al mundo.

Los que me conocen un poco quizá piensen con una media sonrisa burlona dibujándose en su cara: ‒ ¡Ja!, más quisiera ella quitarse de encima los cuarenta y seis años que ya le hacen guiños desde una esquina cercana de abril.

Los que me conocen mejor saben que no es eso lo que yo más quisiera. Lo que más quisiera es que la niña de los hoyuelos no me abandonara, a pesar de los años que vaya cumpliendo. Y, de momento, parece que lo voy consiguiendo...seguir leyendo


Cuentamontes 2009

Ganadores Cuentamontes 2009

...Y viene esto a cuento de que el pasado sábado se celebró en mi querido pueblo vecino, Petrer, la II Gala del certamen literario de relatos y cuentos de montaña Cuentamontes, en la que se presentó el libro y se entregaron los premios a los finalistas y el reconocimiento a los galardonados. Los organizadores nos prestaron el micrófono durante unos breves minutos para que pudiéramos dirigirnos al público y cuando me tocó el turno descubrí, con horror, que las palabras pensadas se me habían ido dispersando a lo largo del pasillo...

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A la Replana sin un par
...de crampones.

El sol ha aparecido el tiempo justo para tranquilizar nuestros corazones. Para decirnos: “Aquí estoy de nuevo, tal y como ayer me pedisteis”, para que supiéramos que hoy era otro día. Después se ha ocultado, discreto, tras el velo de las nubes para no fundir la nieve y permitirnos un paseo inolvidable por el albo paisaje.
Ya la senda, a estas alturas, se había convertido en una cinta de terciopelo blanca, un pasillo de nieve virgen entre los algodonosos árboles.

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Amanecer desde Caprala

  • Escucha……..
  • ¿……….? No oigo nada
  • Pues eso, el silencio.

Una mañana de verano

Una mañana de verano

Cuando me he despertado esta mañana, el mundo, alrededor del Hondón, había desaparecido.
Las hileras de viñas que arrancan desde la ventana se perdían en un horizonte cercano y difuso. En un mágico claro entre la niebla aparecía la luna que anteayer fue llena, eso me tranquilizó, siempre que la luna continúe en mi horizonte no tendré nada que temer.
La brisa fresca y húmeda me invitó a salir....seguir leyendo | Fotos en picasa


Para Pepita


Para mi madre, para nuestra madre

¿Hay alguien ahí? Llamo a las puertas del cielo para preguntar por ti, porque dicen que es ahí donde van las almas buenas. Pero no estás, me dicen que has salido. Ni siquiera el cielo infinito es suficientemente grande para contenerte, para retenerte....seguir leyendo


Palabra de anciano

Palabra de anciano

Queridos amigos.

En esta visita feliz que me habéis brindado he reconocido a algunos de vosotros; también he comprobado que os acompañaban algunas caras nuevas. Caras nuevas que me contemplaban con respeto y manos que acariciaban con cariño los múltiples pliegues de mi ruda piel arrugada. Almas que traían en su mirada el recuerdo de otras formas de vida antiguas.
He visto tristeza en vuestros ojos y la sospecha de una discreta lágrima al descubrir mis vegetales úlceras de anciano.

No os apenéis por mí. ...seguir leyendo


Hidden Peak 8.068 José A. Antón Un lustro después

Un recuerdo

Las vías de acceso a Alicante estaban impracticables a esa hora. Encontrar un aparcamiento era una quimera.
Eran las 6:45 de un jueves primaveral.
Descubrí medio aparcamiento. El otro medio pertenecía al vado de un taller mecánico cuyo horario laboral se iniciaba a las 9:00. Confié a los hados urbanos mi medio coche mal aparcado y cubrí a la carrera los trescientos metros que me separaban de la estación de trenes.
El tren salía a las 7:00.
Cuando llegué a la estación, mi amigo ya no estaba en la cola de pasajeros que ofrecían su billete para la comprobación rutinaria. Las cintas de seguridad me impedían acceder al andén número 2, junto a la vía en la que estaba situado el tren.
Entonces le vi. Entonces vi a mi amigo,...seguir leyendo


Las heridas de la tierra

Me han pedido que escriba un relato de montaña y yo no tengo habilidad para la ficción y la metáfora.
Yo sólo sé, lo veo desde mi ventana, que al Monte Bateig, a la Sierra del Caballo, como a otros tantos, les ha salido un cáncer de hierros oxidados que está devorando si piedad sus entrañas y amenaza con cambiar para siempre los mapas
... Seguir leyendo

Las heridas de la tierra

Los árboles de piedra

Me dirigía a Sevilla en viaje de trabajo, cuando el autobús en el que viajaba pasó por delante de las murallas de Córdoba. Hasta ese momento, Córdoba no era una ciudad en la que pensara especialmente, pero a partir de entonces sentí una extraña “necesidad” de conocerla. En aquel momento pensé estas líneas que escribí días después de volver del viaje de trabajo, hace ya… casi diez años, ¡Cómo pasa el tiempo!...Seguir leyendo

Molino de la Unión en Camuñas

Felicitación y agradecimiento

Hoy quiero enviar una felicitación y un agradecimiento.
Voy a empezar con el agradecimiento, lo que ocurre es que no sé bien a quién dirigirlo. Lo más fácil, y lo que me llevaría al acierto seguro, sería elevar mi gratitud al UNO, y no fallaría, pero quedaría ciertamente ambiguo y con escaso reconocimiento a quienes el UNO empleó para que yo me sienta hoy necesitada de alguien concreto que acepte mis “gracias”.
....seguir leyendo

 
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