Un día, contemplando la exposición privada de pinturas de un buen amigo, le dije que yo era más de óleo que de acuarela. Bendita pretensión, ¡si yo no sé pintar!
Lo que quería decir con este sucedáneo de metáfora, es que yo necesito pensar las cosas (a veces demasiado) antes de decirlas, necesito poder retocar, poder rectificar, poder matizar.
Y viene esto a cuento de que el pasado sábado se celebró en mi querido pueblo vecino, Petrer, la II Gala del certamen literario de relatos y cuentos de montaña Cuentamontes, en la que se presentó el libro y se entregaron los premios a los finalistas y el reconocimiento a los galardonados. Los organizadores nos prestaron el micrófono durante unos breves minutos para que pudiéramos dirigirnos al público y cuando me tocó el turno descubrí, con horror, que las palabras pensadas se me habían ido dispersando a lo largo del pasillo. En lo alto de la escalera que conducía al escenario, maldije mi vieja costumbre de no preparar nada de lo que he de decir, confiando siempre, a la improvisación, el discurso.
Así que, ni recuerdo lo que dije en aquel momento. Seguro que dije lo que no quería decir y no dije lo que hubiera querido. Por esto soy más de óleo que de acuarela, porque seguro que si pudiera, matizaría algún punto de mis palabras.
¡Mira sí, recuerdo una cosa! Dije que aquella noche era muy importante para mí. Pero no aclaré por qué. Cabría pensar que era importante por el premio, que también. Sin embargo, era importante porque allí estábamos reunidos amigos nuevos (mis amigas se darán por aludidas aunque no escriba amigos y amigas, amigos/as ni amig@s, por eso, entre otras muchas cosas, son mis amigas) y viejos amigos. Amigos que, después de haber disculpado su ausencia, se presentaron por sorpresa y sin previo aviso. Viejos amigos a los que no esperaba. Amigos que tuvieron que sortear dificultades para poder llegar. Amigos que están siempre. Y mi familia, con su cariño, con su siempre incondicional compañía, con sus lágrimas de emoción, con sus sonrisas, con sus guiños, con su voz, con sus presentes ausencias, con su ascendencia…
De las palabras que se quedaron por el pasillo.
Mientras oía, de la voz de mi querida Sara, el párrafo seleccionado por la organización para ser leído como presentación del relato, pensé que cuando subiera al escenario debería hacer una aclaración, a saber, ¡aquellas frases estaban totalmente sacadas de contexto! ¡Vive Dios, que el mío no es un relato pornográfico! La que yo consideraba discreta metáfora, fue la carta de presentación del texto, lo que generó una cierta expectativa entre quienes no lo habían leído todavía. Cuánto estamos aprendiendo de la Tele, para que luego digan…
De modo que, con el comentario previo, podéis imaginaros que desistí de mi intención de hablar, como tenía previsto, acerca del sexo de las montañas. Porque, ¿vosotros qué creéis?, ¿son los montes o son las montañas? ¿Los montañeros aman a las montañas y las montañeras aman a los montes? Yo me quedo con la idea de que las personas de alma grande y eterna aman la Naturaleza en todas sus manifestaciones.
Otras cosas debería haber dicho.
Debería haber agradecido explícitamente la presencia de las autoridades, pero es que soy yo poco de protocolo y, a estas alturas, no pretendo cambiar si no es para mejorar.
Debería haber agradecido públicamente a la organización de Cuentamontes la posibilidad que nos brinda a los montañeros de compartir nuestras experiencias y nuestros sueños con el resto de la gente.
Debería haber rectificado que mi amigo ilicitano había dejado un trocito de su alma en el Pamir, un año antes de dejar su cuerpo y su alma toda en la cordillera del Himalaya.
Debería haber dicho que el relato está expresamente dedicado a mi madre y que a ella le ofrezco el premio obtenido.
Debería haber dicho que lo envié justo el día del cumpleaños de un ser muy querido y que, gracias a sus buenas vibraciones, fui seleccionada como finalista.
Debería haber agradecido su presencia a los asistentes, bueno… esto creo que lo hice.
Debería haber dicho que Carmelo es una de esas personas que siempre permanecerá en el recuerdo de quienes le conocimos.
Debería haber dicho que me siento muy feliz de que mis letras compartan un mínimo espacio con seres queridos, cercanos, sensibles, legendarios, artistas todos.
Debería haber contado el origen de mi nombre con el micrófono en la mano y para todos los asistentes al acto, así no tendría que haberlo contado uno a uno a la práctica totalidad de los asistentes a la cena.
Pero entonces, si hubiera dicho todo lo que debía, el maestro de ceremonias me habría arrancado amablemente el micrófono de la mano y me habría pedido, también amablemente, que abandonara el escenario o me embestiría la mula de Guzmán Rodríguez de Diezma.
Así que aprovecho este espacio propio para decir todo lo que debería haber dicho y algo más. Muchas gracias por todo y a todos. Gracias por una noche inolvidable, llena de emociones, de amistad y sentimientos compartidos. Gracias por los regalos tangibles e intangibles, por las sonrisas, por las palabras, por los guiños, por los besos y los abrazos.
Gracias al ganador y al resto de finalistas por su participación en el certamen, su presencia en nuestro valle, por su simpatía y por su amistad reciente.
Gracias, Cuentamontes, por un huequito en tu espacio.