Pero nadie que me aprecie se inquiete. Que el día amanezca gris a las puertas del invierno, es lo mejor que puede pasarle al día.
He decidido salir a sumergirme en el color del día. He salido sin rumbo fijo ni objetivo claro y el camino ha ido guiando mis pasos; ardua tarea, pues la niebla impedía al camino guiar mis pasos más allá de unos pocos metros.
Sin paisaje, sin rumbo y sin objetivo, me ha dado por mirar hacia dentro. Y he visto, así, que todo es bueno.
Imagina conmigo: un día claro, espléndido, un día de horizontes alejados. Tu mirada extasiada se pierde en todas las distancias, en lo grandioso. Quién se detiene, frente a tal estampa, a fijarse en este insecto minúsculo, en las vetas de esta piedra, en esta miniatura de seta, en la suavidad de esta mancha de musgo.
Dicen que las cosas han de comprenderse desde una cierta perspectiva, y yo estoy de acuerdo con esta afirmación, pero no es menos cierto que, con frecuencia, nos dispersamos en la distancia y nos perdemos el detalle.
Hoy ha amanecido un día gris. Pero, puesto que todo es relativo, prometo en próximas expediciones, contaros las bondades de un día claro y soleado.
Pero, a lo que íbamos.
¿Sabéis quién ha guiado finalmente mis pasos? La música, la música acuática. Entre tanta niebla y en tales circunstancias, puesto que nos sirven de poco, lo mejor es cerrar los ojos. Cerrar los ojos y abrir el alma e ir sintiendo como se llena de todos los sonidos y aromas del monte. Así, han llegado hasta mí las notas húmedas del arroyo Valdeciruelos. No he dudado un segundo en abandonar el camino que discurría blandamente bajo mis huellas, para internarme entre las zarzas que cobijan el riachuelo, no sin antes solicitarles permiso de paso. No sólo me han apartado sus espinas, sino que poco a poco han ido abriéndome el velo de la niebla.
He descubierto, así, que los árboles y arbustos van cubriéndose con su abrigo de liquen de invierno; que aún quedan setas resistiendo la nieve y las heladas; que el musgo va resucitando y cubriendo amoroso las rocas; que los rincones umbríos son un bello lugar de alfombra verde (¿quién sueña con una alfombra roja?) para el descanso.
Todo esto me lo ha ido contando el arroyo, entre nota y nota, entre beso y beso de la piedra al agua.
Al cabo, el sonido se ha ido vigorizando y, para mi sonrisa, me he encontrado bajo el preciado salto de agua; modesto él, humilde pero alegre y juguetón, encuentra aquí el arroyo un lugar en el que sumergirse en la tierra, en el que cantarnos su canción de invierno. Vine a verlo hace un mes y ya afinaba sus rocas, ya se asomaba tímido al breve desnivel. La ofrenda de las últimas lluvias le ha agradado tanto que ahora salta, desde lo alto, feliz y sonoro.
Tras la visita podía haber retomado el camino por la conocida senda, pero puesto que era él quien había elegido mi compañía, ¿por qué abandonarlo ahora?
Ha sido una afortunada decisión caminar encontrándome con las aguas que bajan deslizándose entre las rocas, pues me ha regalado el arroyo rincones preciosos y bellas melodías.
Abandono ahora la música sonora y me dejo invadir por el silencio elocuente del agua serena y reposada. Aquí, sentada sobre una roca amable, al amor del cálido Sol, escribo estas letras que se enredan con el canto cercano de algunos pajarillos.
Un simpático reguero de húmedas setas me lleva hasta el punto donde el arroyo altera la triste seriedad del hormigón, allá donde el regato atraviesa la pista. La debida prudencia aconseja retomar el camino de vuelta al pueblo, pero la tentación de seguir remontando el arroyo hasta que la vegetación me lo permita, es más fuerte que el deseo de descanso. Además, es también un descanso para los sentidos la serenidad que se respira a esta hora temprana de la tarde.
Tomo el riachuelo en dirección al lugar donde brotan sus aguas frescas. Sé que no alcanzaré hoy ese rincón precioso, pero es una delicia caminar de nuevo entre mínimos saltos de agua cantarines, entre madroños y otras bayas rojas y tersas que mi ignorancia no reconoce. Es un placer para los sentidos descubrir rincones de ensueño en los que, en cualquier momento, puede aparecerse algún gnomo travieso o un hada de los bosques.
No voy a explicaros ahora el regreso. Cuando vuelva para seguir ascendiendo hasta el nacimiento del Arroyo Valdeciruelos os contaré lo que me encuentro…