Hoy he venido al mundo.
Los que me conocen un poco quizá piensen con una media sonrisa burlona dibujándose en su cara: ‒ ¡Ja!, más quisiera ella quitarse de encima los cuarenta y seis años que ya le hacen guiños desde una esquina cercana de abril.
Los que me conocen mejor saben que no es eso lo que yo más quisiera. Lo que más quisiera es que la niña de los hoyuelos no me abandonara, a pesar de los años que vaya cumpliendo. Y, de momento, parece que lo voy consiguiendo.
También saben que no me refiero a nacer cuando digo que he venido al mundo. Significa que he salido a pasear al campo, es decir, a renacer. Y también han vuelto a nacer conmigo mis amigos, los de corazón y los de sangre, porque los he traído en mi mochila cargada de recuerdos.
Hoy, mirando al Sol que me miraba desde un celeste infinito, en sencilla y silvestre liturgia, en varios lugares preciosos y queridos, he dejado una pizca de la esencia de mis amigos junto a algún deseo sentido.
Estos son los mejores deseos para mis amigos:
Que miren al mundo con los ojos del alma y el penetrante color verde de los árboles y las plantas inunde sus corazones de vida.
Que perciban la luz intensa que irradian las aliagas por sus flores amarillas, mucho antes que el riesgo de sus espinosos tallos.
Que abrazados a un pino, imposible de abarcar con solo dos brazos, sientan como se bambolean al ritmo suave de la brisa.
O que cese la brisa para que, en la silenciosa quietud del monte, la Tierra les hable desde las largas fibras del esparto.
Que una ardilla juguetona les agreda con un proyectil de piñones mientras disfrutan del sol de la mañana.
Si pueden que lo hagan, pero que no les resulte imprescindible viajar a lugares remotos para emocionarse con un precioso salto de agua.
Que disfruten del aroma de miel en el corazón mismo de un campo de almendros en flor.
Que el brillo del sol, reflejado en las hojas de la encina, penetre por sus pupilas hasta que les alcance el alma.
Que lo primero que les venga al gesto, al abrir los ojos a la mañana, sea una profunda sonrisa que brote del centro de sus entrañas.
Si pueden que se vayan, pero que no necesiten ir a la cordillera del Himalaya para sentir que han alcanzado el techo del Mundo, que pueden tocar el cielo con sus manos.
Que les coja a la intemperie una inesperada y copiosa nevada de pétalos de almendro.
Y ahora, amigos míos, tengo una pregunta para vosotros.
¿De qué color es el cielo? No, así no vale. No vale decir que es azul el cielo porque es la respuesta que nos han enseñado. Además, igual está nublado o es de noche cuando leéis estas letras. Así que no vale hacer trampa.
Lo que os pido es que os asoméis a la ventana. Sí, ahora, en este momento. Dejad de leer. Lo que esté escrito nunca habrá sido menos importante. Lo único importante ahora es que miréis por la ventana con los ojos del alma y os toméis unos minutos, o unas horas, o una vida si fuera necesario, para decidir de qué color es el cielo.
Quizá no encontréis nada con lo que poder compararlo, para poder precisar sus matices. Tal vez no halléis las palabras adecuadas que lo definan. Pero acaso sea suficiente con que descubráis un íntimo sentimiento que armonice con ese color, o hermanado a la vida que os infunde, o a la música que os evoca haciendo vibrar vuestras fibras más secretas.
No os preocupéis si una lágrima asoma a vuestros ojos. Ni siquiera, si un torrente incontenible se derrama piel abajo por vuestra mejilla. La sal del llanto es un síntoma inequívoco de vida, porque no todas las lágrimas son de tristeza, pero todas son de vida. Hay lágrimas de felicidad, de amor, de alegría, de emoción, de esperanza… Elegid las que vayan con vuestro color del cielo.
Y, por cierto, otra pregunta: ¿Es el cielo el paraíso?
Una vez le dije a un amigo que yo, cierta noche, había soñado en el paraíso. Él me rectificó: ‒ No se dice “en”, se dice “con”. Yo le respondí, amablemente, que adoro las palabras, que me encanta el lenguaje y el idioma, pero no para ser su esclava, sino para que me sea útil. Y es que yo no sueño “con”, yo sueño “en”.
Y os invito a soñar en un cielo alado que os transporte al lugar donde se cumplen las fantasías plenas de esperanza.
Os invito a soñar en un viaje al lugar más cercano y hermoso que podáis imaginar.
Os invito a soñar en un viaje al fondo de vuestra alma.
Si estáis en casa, os invito a soñar dormidos. Cerrad los ojos y sumergíos en la profundidad de vuestras pupilas.
Si estáis en la calle, os invito a soñar despiertos. Abrid los ojos y dejaos navegar por una nube alada que surque el cielo.
O por un pétalo de almendro volador.
O por un copo de nieve.
O por una gota de lluvia.
O por una hoja caduca.
O por un rayo de sol.
O por un gorrión menudo.
O por el humo de la chimenea.
O por el aroma del pan caliente.
O por la sonrisa de un niño.
Y soñad en el paraíso, conmigo.