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Textos de Elda Pérez
Moneo
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Córdoba: crónica de un día ¿o de una vida?
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Los
antecedentes
Me dirigía
a Sevilla en viaje de trabajo, cuando el autobús en el que
viajaba pasó por delante de las murallas de Córdoba.
Hasta ese momento, Córdoba no era una ciudad en la que pensara
especialmente, pero a partir de entonces sentí una extraña
“necesidad” de conocerla. En aquel momento pensé
estas líneas que escribí días después
de volver del viaje de trabajo, hace ya… casi diez años,
¡Cómo pasa el tiempo!
“Quiero
trasladar desde mi alma a este trozo de papel un momento único.
Sé que aunque no lo hiciera no lo olvidaría, porque
se internó con fuerza en mis pupilas que son las ventanas
del alma.
Aquella
ciudad por la que pasé sin detenerme, o mejor, que pasó
ante mis ojos hechizándome, me invitaba a volver a conocerla.
Quizá fue la luz o el color dorado del amanecer; quizá
fue la sensación de estar aislada en aquel instante madrugador
cuando quienes me rodeaban dormían y quienes, no estando
conmigo, permanecían despiertos en mi memoria; quizá
era mi espíritu sereno, mi mente tranquila o fue ella que
se adueñó en mí. El caso es que me conmovió,
me instaló dentro de sus murallas, me invadió, por
un momento, con su historia.
Luego pasó de largo, dejando sólo sensaciones. Ante
mis ojos quedó sólo el campo, colinas y colinas
aterciopeladas, primero grises bajo la penumbra del final de la
noche, después adquirían su tono propio, aceitunado,
bajo la luz de la madrugada y, poco a poco, como la sábana
que vamos amorosamente extendiendo sobre el lecho, la luz dorada
y pálida de un sol madrugador fue cubriendo las suaves
colinas con su pátina de vida. Y, como si un escalofrío
recorriera las entrañas del mundo, se fue erizando su superficie,
se fueron haciendo más desiguales sus contornos con los
miles de olivos que cubrían entonces aquellos montes.
Cortijos
blancos, como blancos oasis sobre desiertos de vida”.
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La decisión
Después
de varios meses, no recuerdo bien, pero quizá más
de un año después de verla pasar a través de
la ventanilla del autobús, decidí volver a Córdoba.
Me costó tanto tiempo decidirme porque mi precaria economía
me frenaba a la hora de hacer planes; pensar en alojarme, siquiera
una noche, estaba fuera de mi alcance; tan solo el billete del autobús
ya era un lujo para mí y, ¡Córdoba estaba tan
lejos! Un día descubrí que la línea de autobús
en la que yo había viajado a Sevilla y que en aquel viaje
no tenía parada en Córdoba, había modificado
sus paradas: salía de Elda a las 24:00 (no sé qué
hora es esta, pero prometo que esto ponía en el billete),
llegaba a Córdoba a las siete de la mañana y para
volver, podía coger otro autobús de vuelta a las once
de la noche. No lo pensé más. Iba a pasar dos noches
en el autobús, pero dos noches de insomnio era un precio
pequeño por poder pasar dieciséis horas en mi añorada
Córdoba.
El plan era
el siguiente: a las nueve en punto tenía que estar en la
puerta de la Madinat al-Zahra, para no perderme ni un segundo del
horario de visita y poder estar de vuelta en Córdoba en las
horas de más calor. Así que, una vez en la ciudad,
busqué un autobús interurbano que me llevara hasta
la ciudad de la flor; de camino en él pensé estas
líneas y después, las que relatan la visita a la medina.
Las trascribí después de la hora del medio día,
a la sombra de la Mezquita.
Medina Azahara
“Amanece,
dentro y fuera de la ciudad. Amanece, dentro y fuera de las murallas
de mi cuerpo. Hoy quiero ser permeable a todo lo que me rodea.
Acabo de
llegar y ese “algo” que tiró de mí desde
el primer día que la vi, se manifiesta ahora en la luz,
el color y el brillo de sus calles, sus floridas rejas, sus frescos
patios.
Voy camino
del “principio”, las cosas siempre deben empezar así,
por el origen para entender mejor el destino. Ya me estremece
sólo ver el lugar donde está enclavada esta maravilla,
un marco perfecto para un lienzo inigualable. El amor del hombre,
eterno mientras dura, no conoce límites para con la dama
de su corazón. Olivos plateados, rojos granados, robustos
algarrobos, altivos cipreses… un manto verde sobre tierra
rojiza. Y piedras, piedras antiguas, todas ellas lo son, la diferencia
es que algunas nunca las tocaron manos humanas, pero estas ¿quién
sabe qué secretos guardaron? ¿qué susurros
apagaron? ¿en qué muros se apoyó una frente
sollozando? ¿por qué lloraba y quién era?
¿qué dolores o alegrías encerraron estas
paredes, hoy semiderruidas? Ya se escaparon de estas estancias
la alegría, el dolor, sollozos, susurros y secretos, pero
queda el íntimo conocimiento de que alguien anduvo antes
que yo por estos mismos suelos de piedra.
Andan mis
sentidos más despiertos que mi cuerpo, que no durmió
mucho anoche, por eso pueden percibir ciertas cosas.
Y el olor.
Este intenso olor a jazmines. Sí, en todos los rincones
se ocultan jazmines. Percibe esto mi olfato y mis ojos alucinan
ante tanta maravilla. Encajes de mármol, de piedra, viejas
celosías impregnadas de historias que filtraron la luz
de este mismo sol que hoy me ilumina; a él podría
hacerle las preguntas que antes quedaron sin respuesta, porque
él sabe de todas las Historias, pero es un testigo discreto:
llegó, vio y se ocultó con los secretos; llega,
ve y se oculta con los secretos; llegará, verá y
se ocultará con los secretos.
Pero el
Hombre –siempre es igual- se pone coto a sí mismo,
de modo que llegó el final, discretas, pero inexorables
cadenas me cortan el paso a infinidad de rincones de estas históricas
ruinas; indiscretas señales verdes con un hombrecito blanco
cruelmente atravesado por una banda roja me impiden ir más
allá.
Me llevo
sensaciones de muy lejos, de muy lejos en el espacio y en el tiempo”.
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Todavía con los ecos de la historia resonando en mis sentidos,
volví de nuevo en el autobús interurbano a la ciudad
y me dirigí a la Mezquita para visitarla por el exterior
y dejar la visita interior para las horas centrales del día,
cuando el calor del sol cordobés aconsejara a los visitantes
la saludable siesta española.
Mezquita
exterior
“Ahora
vuelvo al presente, que también contiene espacios de pasado.
Más
de una hora tardo en Ver la Mezquita por fuera y me sorprendo
de que en todos los lados la llamen La Catedral, entre paréntesis
y con minúsculas: (antigua mezquita); no lo entiendo. Siempre
la mezquina lucha de poder, y el escarnio; no conformes con ganar
la batalla, si podemos, metemos el dedo en el llaga de quien fue
enemigo; supongo (y espero) que no me acostumbraré nunca
a este juego de crueldades.
Me recreo
en la contemplación de las maravillas exteriores, las geometrías,
las simetrías, los arcos entrelazados, las puertas, los
cromatismos, las celosías de piedra… si me aíslo
del murmullo de la calle (gente, coches) y me concentro en el
canto de las chicharras y en la melodía antigua que extrae
un vagamundo de su extraño instrumento, consigo atravesar
el tiempo o que éste me atraviese a mí con su amable
danza de recuerdos.
Me llama
mucho la atención esta combinación de motivos geométricos
y motivos vegetales, seguro que tiene algún significado
que yo desconozco; me gustaría no ser tan ignorante, pero
también me gusta aventurar interpretaciones propias; me
gusta creer que esta cultura reconoció y honró la
simbiosis entre el Hombre (motivos geométricos) y la naturaleza
(motivos vegetales). ¿Dónde queda, sin embargo,
este conocimiento? Ni en la suya ni en la nuestra lo encuentro
ya… metáfora de esta pérdida me parece la
Puerta de San Esteban, tan deteriorada que parece disolverse como
testimonio del abandono de los Hombres de sus obras y sus ideas.
Me demoro
haciendo una frugal comida a la sombra de un naranjo del Patio
de los Naranjos. Las murallas han conseguido amortiguar los ruidos
de la calle y sólo sobrevive el murmullo de las personas,
pocas, que han tenido la misma idea que yo. Nuevamente el canto
de la chicharras y la alegría saltarina del agua de las
fuentes me acompañan en esta espera. Es como si presintiera
que algo especial me espera dentro, es como demorarse en los ojos
del amante antes de abandonarse al cálido beso, a la íntima
caricia… presintiendo aquello especial que espera dentro,
fuera, entorno…”
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Mezquita interior
“Es
como el árbol que no te deja ver el bosque. La selva. Árboles
anclados. Árboles de piedra. Piedra sonora. Si consigues
aislarte del murmullo de la gente y concentrarte sólo en
el tesoro de la piedra, puedes oír las oraciones que recogieron
estas columnas durante siglos. Hombres de diferentes culturas
pidiendo, quizá, los mismos deseos. Unidos por los mismos
deseos, por los mismos miedos y separados, sin embargo, por su
fe, la fe de los hombres.
Árboles
de hojas de acanto, árboles de hoja lobulada, árboles
de hoja de herradura, árboles de hoja de medio punto, extrayendo
toda la sabia savia de la tierra, porque tierra son. Crecen erguidos,
tienden sus ramas al cielo para soportar a otros que aumenten
su estatura y alcanzar así, el paraíso de los árboles.
Únicamente
la melodía del vagamundo consigue, no sé por qué
extraño fenómeno, atravesar los muros del majestuoso
edificio. Sus viejas notas enlazadas me transportan a otro tiempo;
puedo vivir de nuevo en otra época; sonidos antiguos.
A través
de un encaje de piedra, la luz me adorna con sus dibujos.
No te asomes
a su cúpula central, atraerá tus ojos, tus sentidos,
te absorberá, te succionará a un mundo de mil dimensiones
y ya no podrás volver. No mires al frente, a la puerta
lobulada. No tiene salida, pero te llamará imperativa:
“sal fuera”, un arco, otro arco, otro, otro…
ya no estás.
He venido
finalmente, no sé ciertamente qué tiene esta tierra,
qué tienen estas piedras antiguas que me han atraído
desde lejos y hoy me atrapan. No sé si es el pasado o el
futuro, pero algo me retiene como un imán. Acaricio estas
columnas y son como caricias a mí misma, a mi historia.
Ella estaba aquí mucho antes de que yo la descubriera y
sin embargo...
Me resulta
muy difícil trasladar a palabras las emociones que despierta
en mi interior la visión de estas maravillas, la lectura
ciega de estas bellas y arcanas letras, los capiteles horadados,
como traídos de otro mundo, el colorido, la luz y sobre
todo, el silencio sonoro…
Miro y guardo
sensaciones en mi alma, siento y guardo imágenes en mi
retina, en mi corazón. Hay quienes miran a través
de un objetivo. Confían el recuerdo de tan bellas sensaciones
a la fría reproducción de una máquina y se
pierden el momento, la ilusión de lo efímero, el
olor, las vidas que respiran alrededor; lo pierden (creo) tocando
los botoncitos de su cámara del presente, que nada tiene
que ver con este ambiente de ilusión y de ensueño.”
(Tengo una
antigua y ya olvidada relación con la fotografía.
Aquí hay una muestra de ella. Esto no lo hubiera escrito
hoy. Pero, como sabiamente dice Aurora, “como no somos ríos,
nos podemos volver”, así, de lo que escribí
entonces no me arrepiento porque lo sentía y hoy puedo sentir
otras cosas. Es el milagro de la vida.)
La visita
a la Mezquita (lo siento, no puedo llamarla catedral, aunque antes
de mezquita fuera iglesia) me dejó los sentidos exhaustos.
Era media tarde y al recibir de nuevo los rayos directos del sol
sentí la necesidad de reposar mi cuerpo y mi alma durante
un rato. Busqué un parque y dejé mi cuerpo tendido
en la hierba a la liviana sombra de una mimosa, el alma se acercó
a dormitar al arrullo de una fuente.
No podía
marcharme de aquella ciudad sin tocar, con mis propias manos las
murallas que me atraparon y, por suerte, aún me quedaban
algunas horas. Así que, cuando me consideré repuesta,
reuní de nuevo mi cuerpo y mi alma y me dirigí al
sur hasta encontrarme con el río y la muralla. Todavía
no sabía qué emociones me esperaban.
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Los sabios
“No
puedo irme de aquí sin tocar con mis propias manos las
murallas que albergan este tesoro y, si mi orientación
no me engaña, las murallas deben encontrarse al sur, junto
al Guadalquivir.
Al girar
en una callejuela la veo al fondo, delante de la bruma que se
desprende del río. Me acerco a lo que fue el imán
que me atrajo sin remedio a este viaje. Acaricio las enormes piedras
que componen la muralla, los líquenes más antiguos
me cuentan historias de otro tiempo, de sangre, de lucha, de protección…
y me pregunto qué tengo yo que ver con estas piedras y
estas historias para que despierten en mí estos sentimientos.
Como toda
muralla que se precie, ésta también tiene puertas
que, en algún tiempo, sirvieron para permitir o impedir
el paso de los viajeros. No es esa su misión de hoy. Me
he encontrado sin esperarlo en la puerta de Sevilla y guardándola
a ella, uno de los más preciosos tesoros de este encuentro:
a sólo un metro de altura y rodeado de adelfas, se encuentro
sentado Averroes. En actitud serena pero firme, sostiene, entre
su mano y su rodilla izquierdas, un libro. Estoy sola en este
momento, para mí, que me mira con curiosidad cuando, sin
poder resistirme, me acerco con solemnidad a tocar su babucha
izquierda. Me quedaría aquí para siempre prendida
en su mirada de piedra, pero algo me dice que me aguardan más
sorpresas.
En alguna
esquina perdida de las mil callejuelas, entre patio y patio que
atrae mi mirada indiscreta y admirada, he visto las indicaciones
de la sinagoga. Sabiendo que no me aventuraré a entrar
quién sabe por qué razón, me dirijo hacia
ella. Y mi corazón, a punto está de no resistir
tantas emociones. A tamaño natural y al alcance de mi mano,
encuentro la mano de Maimónides, junto al resto de su cuerpo
de piedra. También, como Averroes, sostiene un libro, pero
él lo protege en su regazo. A diferencia de Averroes, Maimónides
tiene una actitud cansada, como si soportara sobre sus hombros
la pesada carga de todas las injusticias del mundo…
La escultura
se encuentra protegida en un retranqueo de la calle. Tras él,
una buganvilla luce sus mejores galas, pero no consigue alegrar
el ánimo del filósofo. Poniendo a prueba mi determinación
de hoy de ser permeable a todo lo que me rodea, me propongo hacer
un experimento algo atrevido, aprovechando que los turistas han
decidido no seguir la misma ruta que yo, cosa que agradezco. Si
pongo mi mano sobre la mano de Maimónides, cierro los ojos
y le pido con pasión que me trasmita una pequeña
parte de su sabiduría ¿la piedra será capaz
de trasmitirme el regalo? Lo hago, pero nada sucede en mi cerebro,
sigo tan ignorante como antes, pero… siento algo, un escalofrío
recorre mi cuerpo cuando, ya con los ojos abiertos, acaricio con
respeto su mano.
Vago por
las callejuelas de la judería dejándome impregnar
de sus aromas, del canto de las fuentes de sus patios, del color
intenso de los geranios.
De nuevo
estoy cerca de la muralla, pero algo más al norte y veo
otra puerta. No tengo intención de cruzarla. No quiero
salir de mi Córdoba querida. Sin embargo, desde dentro
veo que un individuo, este algo menos accesible que los anteriores,
vigila la entrada de la muralla. Decido cruzar la puerta, aunque
sólo sea para saber quién es su vigilante. Mi querido
y estoico amigo Séneca, ¡qué sorpresa! Claro,
luego recordé que Séneca era cordobés. Como
Gala, a quien echo de menos por estas calles.
Todavía
con las imágenes y las sensaciones de estos tres pensadores
que simbolizan juntos, al menos para mí, la unión
de los pueblos, me pierdo en elucubraciones. ¿Y si de algún
modo, los espíritus de las esculturas, cansados de mirar
la degradación del mundo, consiguieran atravesar los poros
de la piedra que los contiene y unir sus fuerzas para unir nuestros
corazones? Si han de hacerlo que sea hoy que estoy aquí.
Yo no creo en los dioses, pero sí en los buenos Hombres.
El azul
del cielo se ha teñido de tonos anaranjados que ahora van
perdiendo terreno frente al gris perla. Anochece. Las aves acuáticas
vienen en bandadas a buscar refugio entre la vegetación
del río para pasar la noche. He decidido tomar un poco
de distancia y he cruzado el puente romano sobre el Baetis para
contemplar la ciudad desde la Torre de la Calahorra, desde donde
escribo estas últimas palabras. Vagaré por la noche
cordobesa hasta la hora, ya cercana, de la partida. Me llevo tántas
sensaciones, te quedas tántas emociones mías…
No me gustan las despedidas.”
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A la memoria del almendro, o de todos los árboles que en
la Tierra han sido
Por eso hoy, aunque el fuerte viento traía recuerdos de nieve norteña, he decidido dedicarle mi cariño y mi tiempo. Primero había que devolverlo a la tierra que lo sostuvo durante tantos años, pues en su caída había invadido el olivar vecino. Aunque intuyo que ni sus ramas, ni sus raíces, ni su sabia savia entienden, ni les importan, las lindes humanas. Armada de paciencia, de tiempo y de sierra, he comenzado a desmembrar sus ramas. Algunas ya estaban secas, pero otras apuntaban a un futuro cercano con sus flores incipientes y sus vigorosas yemas. |
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La ruta de los arroyos
Hay días en los hay vale la pena hacerle caso al instinto. Bueno, siempre vale la pena y muchas veces, la alegría, pero algunos días especialmente. Hoy ha sido uno de esos días.
Cuando me he despertado el instinto me ha dicho que me levantara sin pereza, que, aunque no había nevado como estaba previsto, el monte me esperaba. Pero la cabeza, cómodamente recostada en la cálida almohada, ha dicho: “Pero instinto, tú estás mal de la cabeza, ¿es que no escuchas el viento cómo sopla por entre los tejados?” Seguid leyendo | Álbum en picasa
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Milagros de cada día
Mis queridos amigos: acabo de darme cuenta de que me he saltado un año entero (largo) sin escribir una línea por estos lares. Imperdonable. Bueno, sí, voy a perdonarme porque así es más fácil perdonar a los demás, si fuera necesario.
El caso es que cuando Aurora me lea escribir (ya que no me “oye decir”) que “acabo de darme cuenta”, me dará un cachete virtual porque lleva todo el verano recordándomelo, pero he de deciros que tengo una buena excusa: he estado varias estaciones en plácido letargo...Seguid leyendo
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El árbol que quiso encontrarse con su sombra
Cómo comunicar malas noticias: 1ª lección
Con la inestimable colaboración de Keny
Sí, hoy tengo que comunicar una mala noticia a tres seres muy queridos para mí y he venido al único lugar en el que puedo hallar la mejor forma de hacerlo. Hoy he venido al quinto cono, porque es aquí donde ha ocurrido el fatal* hecho y he venido a pedirle al árbol que me cuente su historia...Seguid leyendo
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Esta tarde he pensado salir a dar un paseo por las sierras. Nada serio, simplemente quería comprobar el estado de la jara, respirar un poco de aire de altura y tomar unas fotografías a la luz del cálido atardecer. No llevaba ninguna ruta definida; de momento, lo primero y como siempre, perderme por los caminos de la Ganadera hasta llegar a las cercanías del chopo centenario.
Después de dejar el coche aparcado en la explanada de Valdehierro, pensé seguir el arroyo que da nombre a la zona, hasta encontrarme con la senda que lleva a la cueva de Castrola,...Seguid leyendo
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Recuerdo que un día, con mis mejores deseos para mis amigos, y entre otras cosas, escribí esto: O que cese la brisa para que, en la silenciosa quietud del monte, la Tierra les hable desde las largas fibras del esparto. Este era uno de mis buenos deseos y tiene una explicación que deseo compartir con quienes tengáis a bien visitar este espacio...Seguid leyendo
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Pero nadie que me aprecie se inquiete. Que el día amanezca gris a las puertas del invierno, es lo mejor que puede pasarle al día.
He decidido salir a sumergirme en el color del día. He salido sin rumbo fijo ni objetivo claro y el camino ha ido guiando mis pasos; ardua tarea, pues la niebla impedía al camino guiar mis pasos más allá de unos pocos metros...
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¿Qué hacer ante un perro callejero?
Yo antes tenía una respuesta clara: buscarle un hogar. Pero a partir de esta historia tengo mis dudas.
Yo vivía en el campo y vivían conmigo dos perras, una de ellas, de padres desconocidos y rescatada de la calle; la otra, de padres y “amos” conocidos, pero rescatada también de una familia numerosa y de una enorme cantidad de pulgas...
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Para mi madre
Había venido a este lugar decenas de veces, solo, en compañía, desde el este, desde el oeste, con el almuerzo en la mochila, con las manos en los bolsillos, caminando, haciendo footing… y siempre le había intrigado, durante unos escasos segundos, el cartel que, sobre madera, anuncia la proximidad de un refugio donde guarecerse en caso de lluvia...
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… y los perros, los caballos, los delfines… y hasta los grillos si me dejan dormir por la noche. Por eso, porque me gustan los toros, el 28 de julio será día de fiesta en mi calendario particular.
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¿Qué te ocurre?, ¿por qué esas lágrimas? – dijo el hombre que sonreía y que ofrecía al amigo sus brazos libres.
Lloro porque no puedo darte, ni recibir de ti, lo único que desearía en este momento: un estrecho y fraternal abrazo – dijo el hombre que andaba cabizbajo y triste y que tenía sus brazos ocupados con todas sus posesiones...Seguir leyendo
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¿Desde el centro de dónde?
¿Desde el centro de cuándo?
¿Desde el centro de quién?
Demasiadas preguntas para un solo punto del tiempo o del espacio, pues hoy os escribo desde “El Centro”. ...
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Mientras la niña de los hoyuelos buscaba con la mirada en alto el origen de aquellas gotitas brillantes, traslúcidas, una de esas lágrimas cayó sobre mi mejilla. No, no era rocío. El resto del sarmiento estaba seco y sólo por su extremo, o por heridas antiguas, segregaba aquel líquido transparente. Resbaló por mi piel hasta la comisura de mis labios y no resistí la tentación de saborearlo. Aparentemente insípido, dejó, sin embargo, un recuerdo dulce en los resquicios de mi boca y una huella melosa en la superficie de mi piel...Seguir leyendo
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Los que me conocen un poco quizá piensen con una media sonrisa burlona dibujándose en su cara: ‒ ¡Ja!, más quisiera ella quitarse de encima los cuarenta y seis años que ya le hacen guiños desde una esquina cercana de abril.
Los que me conocen mejor saben que no es eso lo que yo más quisiera. Lo que más quisiera es que la niña de los hoyuelos no me abandonara, a pesar de los años que vaya cumpliendo. Y, de momento, parece que lo voy consiguiendo...seguir leyendo
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...Y viene esto a cuento de que el pasado sábado se celebró en mi querido pueblo vecino, Petrer, la II Gala del certamen literario de relatos y cuentos de montaña Cuentamontes, en la que se presentó el libro y se entregaron los premios a los finalistas y el reconocimiento a los galardonados. Los organizadores nos prestaron el micrófono durante unos breves minutos para que pudiéramos dirigirnos al público y cuando me tocó el turno descubrí, con horror, que las palabras pensadas se me habían ido dispersando a lo largo del pasillo...
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El sol ha aparecido el tiempo justo para tranquilizar nuestros corazones. Para decirnos: “Aquí estoy de nuevo, tal y como ayer me pedisteis”, para que supiéramos que hoy era otro día. Después se ha ocultado, discreto, tras el velo de las nubes para no fundir la nieve y permitirnos un paseo inolvidable por el albo paisaje.
Ya la senda, a estas alturas, se había convertido en una cinta de terciopelo blanca, un pasillo de nieve virgen entre los algodonosos árboles.
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- Escucha……..
- ¿……….? No oigo nada
- Pues eso, el silencio.
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Queridos amigos.
En esta visita feliz que me habéis brindado he reconocido a algunos de vosotros; también he comprobado que os acompañaban algunas caras nuevas. Caras nuevas que me contemplaban con respeto y manos que acariciaban con cariño los múltiples pliegues de mi ruda piel arrugada. Almas que traían en su mirada el recuerdo de otras formas de vida antiguas.
He visto tristeza en vuestros ojos y la sospecha de una discreta lágrima al descubrir mis vegetales úlceras de anciano.
No os apenéis por mí. ...seguir leyendo
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Cuando me he despertado esta mañana, el mundo, alrededor del Hondón, había desaparecido.
Las hileras de viñas que arrancan desde la ventana se perdían en un horizonte cercano y difuso. En un mágico claro entre la niebla aparecía la luna que anteayer fue llena, eso me tranquilizó, siempre que la luna continúe en mi horizonte no tendré nada que temer.
La brisa fresca y húmeda me invitó a salir....seguir leyendo | Fotos en picasa
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Para mi madre, para nuestra madre
¿Hay alguien ahí? Llamo a las puertas del cielo para preguntar por ti, porque dicen que es ahí donde van las almas buenas. Pero no estás, me dicen que has salido. Ni siquiera el cielo infinito es suficientemente grande para contenerte, para retenerte....seguir leyendo
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El aire huele a una mezcla de humedad de tormenta y resina caliente.
Como no conozco bien el clima de la zona no sé cuando será prudente salir corriendo hacia el refugio.
Tengo la sensación de que la tormenta nos está rodeando, (nos: a mi, a los pinos, a los enebros, a las ardillas, a las chicharras, al espino blanco...). Creo que la primera gota es la señal de la prudencia y debo irme al refugio...seguir leyendo
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Las vías de acceso a Alicante estaban impracticables a esa hora. Encontrar un aparcamiento era una quimera.
Eran las 6:45 de un jueves primaveral.
Descubrí medio aparcamiento. El otro medio pertenecía al vado de un taller mecánico cuyo horario laboral se iniciaba a las 9:00. Confié a los hados urbanos mi medio coche mal aparcado y cubrí a la carrera los trescientos metros que me separaban de la estación de trenes.
El tren salía a las 7:00.
Cuando llegué a la estación, mi amigo ya no estaba en la cola de pasajeros que ofrecían su billete para la comprobación rutinaria. Las cintas de seguridad me impedían acceder al andén número 2, junto a la vía en la que estaba situado el tren.
Entonces le vi. Entonces vi a mi amigo,...seguir leyendo
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Me han pedido
que escriba un relato de montaña y yo no tengo habilidad
para la ficción y la metáfora.
Yo sólo sé, lo veo desde mi ventana, que al Monte
Bateig, a la Sierra del Caballo, como a otros tantos, les ha salido
un cáncer de hierros oxidados que está devorando
si piedad sus entrañas y amenaza con cambiar para siempre
los mapas... Seguir
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Hoy quiero
enviar una felicitación y un agradecimiento.
Voy a empezar con el agradecimiento, lo que ocurre es que no sé
bien a quién dirigirlo. Lo más fácil, y lo
que me llevaría al acierto seguro, sería elevar
mi gratitud al UNO, y no fallaría, pero quedaría
ciertamente ambiguo y con escaso reconocimiento a quienes el UNO
empleó para que yo me sienta hoy necesitada de alguien
concreto que acepte mis “gracias”....seguir
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