… y los perros, los caballos, los delfines… y hasta los grillos si me dejan dormir por la noche. Por eso, porque me gustan los toros, el 28 de julio será día de fiesta en mi calendario particular.
Soy algo apátrida, lo reconozco. Aquello de las fronteras, las patrias y las banderas nunca lo llevé muy bien. Creo que ser de tal o cual nacionalidad es algo puramente circunstancial, que ocurrió sencillamente porque, cuando decidimos venir al mundo, nuestra madre se encontraba en aquel preciso lugar y no en otro. Pienso pues, que una nacionalidad no es algo que se gane con honor ni con esfuerzo, de tal modo que nunca he entendido un concepto tan esquivo y abstracto como el del “orgullo patrio”.
Por tanto, puedo decir y digo, sin complejo de inferioridad, pero sin pasión, que soy española, pues que España se llamaba el territorio en el que nací hace ya algunos años (de momento, así se sigue llamando). Y no me he considerado nunca menos española porque la flamenca y el toro de encima de la tele no hayan sido símbolos con los que me identificara. Como tampoco me considero catalana nacionalista porque aplauda con entusiasmo la decisión tomada por el Parlamento Catalán de abolir las corridas de toros en aquella Comunidad Autónoma.
Yo no sé si esta es una decisión política (los políticos ya sabemos que lo aprovechan todo para cebar su pobre dialéctica), lo que sí sé es que es una decisión que tiene su origen en una iniciativa popular. Fue gente de la calle quien puso su firma para que se debatiera este asunto en el Parlamento y así se hizo. Lo triste, para mí, es que esta decisión sólo incumba al territorio catalán, aunque por algo se empieza. Más triste me parece que haya personas (o políticos, por ponerlos en la misma categoría) que se estén planteando declarar la “fiesta de los toros” de interés cultural general a nivel estatal, para protegerla de las perversas competencias autonómicas.
Como soy de las personas que gustan conocer la opinión de los demás para intentar entender las posturas opuestas a las mías, me he dado una vuelta virtual por los periódicos digitales en busca de argumentos a favor de la “fiesta nacional”. Ha sido un paseo sorprendente, he reído y he llorado. He encontrado todo tipo de barbaridades, siempre a mi juicio, claro.
Desde los que sienten coartada su libertad, pasando por los que enarbolan el argumento de la cultura y la tradición para apoyar a la “fiesta”, hasta los que arguyen cuestiones económicas (como no podía ser de otro modo, siempre el dinero lo justifica todo) para defenderla. Están incluso los que dicen que hay otras cosas que solventar que preocupan más a los ciudadanos; no lo dudo, pero digo yo, que entre medida y medida para solucionar el paro, la crisis, etc…, el salario de los políticos debe darles para ir haciendo alguna “cosilla menor” como esta.
En fin, que ninguno de los argumentos a favor de las corridas de toros me ha convencido, porque hay muy pocas cosas que yo tenga claras, pero esta es una de ellas.
Que “los toros” son cultura, por supuesto, toda manifestación del modo de vida humano se considera cultura, pero esto no quiere decir que si una actividad humana se considera violenta y agresiva (me reservo más calificativos), la Humanidad no deba ser crítica con ella y demostrar así su desarrollo y su evolución.
Que “los toros” son una tradición, evidentemente, pero que las tradiciones deben revisarse con el desarrollo y la evolución del Hombre para ir avanzando hacia una sociedad más justa, más respetuosa, más ética, más armonizada con el resto de seres vivos, también es cierto.
Me siento triste, no puedo evitarlo, cuando animales de la misma especie que yo, consideran coartada su libertad porque no pueden acudir a un lugar en el que se tortura públicamente, se sangra y se sacrifica con saña a otro animal. Consideran coartada su libertad porque no pueden gozar del espectáculo de sufrimiento y sangre que supone la larga agonía de otro ser vivo.
Me siento triste, porque me siento ser vivo. Porque creo en la Teoría de la Evolución que, en resumidas cuentas, viene a decir que no somos más que otro animal, quizá más evolucionado (esto no lo tengo tan claro), pero animal al fin y al cabo; minúsculo ser vivo compartiendo un trozo de Universo, que es este precioso planeta, con el resto de seres vivos, sin más ni menos derechos que ellos. Con los mismos derechos, a pesar de que algún intelectualucho abogue, en defensa de la “fiesta” que no hay “derechos animales” (en oposición a los Derechos Humanos). Pues yo digo, que si no los hay, debería haberlos. O mejor, sólo debería haber Derechos Animales, pues en ellos estaríamos todos incluidos. O mejor, no debería haber necesidad de redactar ningún tipo de derecho si obráramos con respeto, con humildad, con consideración, con miramiento, con tolerancia, con atención hacia todo lo que nos rodea y el Hombre dejara de considerarse el ombligo del mundo.
Pero me siento feliz también, porque estamos vivos, porque el Ser Humano está vivo, porque criticamos, porque discutimos, porque crecemos, porque evolucionamos y tal vez algún día alcancemos la sabiduría de los Árboles Monumentales y de las Viejas Piedras.